Juan Eduardo Romero J.
Rebelión
El fascismo como fenómeno
político-ideológico tiene un contexto específico en el pasado Siglo XX y otro,
completamente nuevo en el Siglo XXI. El Fascismo como fenómeno característico
de la historia de la 1era mitad del Siglo XX, debe ser entendido en un contexto
de negación de la lógica del pensamiento liberal y su acción hegemónica. La
crisis del sistema-mundo en los inicios de la primera y segunda década del
pasado siglo, producto de los desarrollos especulativos del mercado financiero
que se desarrolló agitadamente en ese período, fue asignada completamente a la
responsabilidad del pensamiento liberal y sus excesos.
La lógica del “dejar hacer-dejar
pasar” que caracterizó los mercados de capitales en consonancia con el impulso
del pensamiento imperialista, tuvo sus efectos catastróficos en una cruenta
crisis económica que impulso la confrontación entre los Grandes Imperios del
Siglo XIX, que se negaban al cambio de época. Inglaterra, Francia, Alemania,
Rusia y Japón, entraron en una carrera armamentística que se extendió por casi
todo el mundo. En ese contexto, la aparición emergente de un nuevo tipo de imperialismo
basado en el desarrollo de una fuerte industria militar, propugnada por los
EEUU, sería la marca esencial que caracterizaría el resto del Siglo XX.
Como una reacción a la crisis
creada, por la especulación económica y la ausencia de reglas para el control
financiero, fue surgiendo una matriz de pensamiento que asignándole todas las
responsabilidades al capitalismo liberal, proponía una nueva acción colectiva
distinta. Sería la base de desarrollo del pensamiento Fascista. El gran
pensador italiano Umberto Eco caracteriza al Fascismo de la siguiente manera:
Culto de la tradición, de los
saberes más tradicionales
Rechazo al modernismo, a la
ilustración.
Culto de la acción por la acción.
Pensar es una forma de castración.
Rechazo del pensamiento crítico.
Miedo a la diferencia (cultural,
étnica, social).
Llamamiento a las clases medias
frustradas para recuperar su “status”.
Xenofobia
“Miedo al enemigo”.
Principio de Guerra permanente.
Elitismo, desprecio por los
débiles.
Culto a la muerte.
Debe verse al fascismo como un
momento particular del desarrollo del capitalismo y que como éste, tiene la
capacidad de superar sus propias limitantes y problemas. El fascismo es una
parte más del capitalismo. Es una forma de gobierno específica que la clase
dominante utiliza como única salida, en momentos extremos, para acabar con toda
oposición de la clase trabajadora.
La historia nos demuestra, sin
lugar a dudas, que hay una unión inseparable entre fascismo y capitalismo. Y
que detrás de toda la fraseología demagógica que los nazis usan acerca de un
nuevo sistema totalmente diferente al capitalismo, se esconde la realidad que,
de manera precisa, expone Sebastian Balfour en su libro sobre la situación de
la clase trabajadora durante el franquismo, La dictadura, los trabajadores y la
ciudad: "De hecho, el principal objetivo del nuevo orden fue restaurar
plenamente el sistema capitalista en fábricas, minas, oficinas y haciendas y
asegurar que nunca más sería amenazado por un levantamiento social".
Tanto el gobierno de Hitler como
el de Mussolini y el de Franco fueron consecuencia de la reacción de sectores
decisivos de la clase dominante y de la máquina estatal para aplastar toda
resistencia de los trabajadores, que se negaban a pagar la crisis que los
propios dirigentes habían creado.
Esta reacción que acaba por dar
el poder a los fascistas representa la desaparición total de la oportunidad de
luchar, de organizarse por parte de la mayoría, representa la desaparición de
toda resistencia durante años, si no décadas. De toda posibilidad de expresar
ideas diferentes a las del régimen, no sólo ideas socialistas, sino religiosas
o científicas. Sólo hay que observar la primera mitad de la España franquista,
con todo su entramado policial de vigilancia sobre cualquier movimiento
individual, para percatarse de que toda libertad de expresión y toda forma de
democracia desaparecieron. Muestra la diferencia entre la democracia burguesa y
la dictadura fascista.
Llamarles a los dos con el mismo
nombre deja a la gente inmovilizada contra los verdaderos nazis, como lo hizo
la absurda política de Stalin en Alemania cuando los nazis estaban creciendo.
El partido comunista se negó a aliarse con los socialdemócratas, argumentando
que eran "socialfascistas", equivalentes a los nazis.
El funcionamiento del movimiento
fascista se basa en la confrontación directa en las calles. Los nazis buscan el
control de las calles: no es casualidad que, tanto el partido nazi catalán Estat
Català, como el partido de Le Pen en Francia, salgan unos el 11 de septiembre
con sus uniformes y su actitud marcial.
Los nazis hacen esto por dos
razones: la primera, aterrorizar con sus marchas militares a la gente que no
está de acuerdo con ellos y, la segunda, es que les sirve para presentarse como
algo importante, para convencer a las clases medias y al lumpen de unirse a
ellos. En palabras del nazi Goebbels: "Quien controla las calles conquista
las masas, y quien conquista las masas controla el estado."
Los fascistas no se hacen con el
poder a través del argumento sino a través del terror. Su medio principal no es
el parlamento, aunque eso no significa que no lo aprovechen. Su medio es la
confrontación de su base contra toda organización que no acepte sus planes
totalitarios, y si bien los éxitos electorales de los nazis no han desaparecido
en estos dos últimos años, no son su campo más importante. El fascismo necesita
dos factores principales para tomar el poder: el apoyo de un movimiento reaccionario
de masas en la calle y el de la clase dirigente (empresarios, organismos
represores e Iglesia incluidos).
EL FASCISMO EN LA VENEZUELA DEL
SIGLO XXI
Sí entendemos, tal como lo hemos señalado, que
las formas que adquiere el fascismo se corresponden con ajustes a las lógicas
de dominación, subordinación y control que impulsa el capitalismo, debemos
entender también que estas formas se ajustan, se flexibilizan, se mimetizan
pero nunca pierden su carácter de dominación de clase e imposición coactiva.
El fascismo italiano, o
nacional-alemán o el fascismo español de la 1era mitad del siglo XX, fueron muy
directos y cruentos en su accionar, basados además en un control a través del
Estado, asegurando la subordinación de los trabajadores y persiguiendo cualquier
expresión crítica o diferente a la “uniformidad” impulsada. Ese proceso
“abierto” fue fácilmente identificable y contundentemente atacado por todo el
pensamiento liberal, por los peligros que representaba para sus propios
intereses.
No obstante, el Fascismo nutrió
el pensamiento capitalista-liberal y le permitió “comprender” el impacto de la
propaganda como instrumento político de control. La “masificación” de los
colectivos, bajo las ideas que concluyeron en el planteamiento de la
globalización o “universalización cultural”, son una nueva forma de fascismo.
Muy bien mimetizada, camuflada, disfrazada para que no se produzcan reacciones
colectivas contra ellas. En el fondo, el tema sigue siendo el mismo: como
asegurarse la apropiación del trabajo del ciudadano y la transformación de ese
trabajo en plusvalía desde la cual se impulsa la acumulación, la riqueza de los
sectores propietarios.
En el caso venezolano, la
realidad del capitalismo liberal de la 2da mitad del siglo XX se articuló
perfectamente con la democracia representativa, para crear “una ilusión de
armonía”. Todo el Estado busco en su accionar “desaparecer” el conflicto. El
conflicto no existió en Venezuela. Fuimos “totalmente felices”. Ese es el gran
éxito del capitalismo liberal y la democracia representativa en Venezuela:
borrar del imaginario colectivo la violencia institucional a través del Estado,
mediante la cual se expresaban los sectores dominantes y propietarios.
La “ilusión de armonía” se quebró
con dureza en el Caracazo (27-28-29 de febrero de 1989) y ello generó un
“despertar” de los signos de violencia que estaban supeditados al control
propagandístico del Estado. La elevación de las protestas sociales violentas,
coactivas, movilizante entre 1989-1992 fue notoria y con ello surgió la
explicación del Estado dominante: los venezolanos “rompieron” los cristales de
la mejor democracia del Latinoamérica.
La realidad es completamente
distinta. La expresión de los humildes, los invisibilizados, los subordinados,
los subyugados a través de la protesta evitó cayéramos en un clima de guerra
civil. El surgimiento de Hugo Chávez y el resto de los COMACATES
(Comandantes-Capitanes y Tenientes) en conjunto con sectores civiles de la
izquierda comprometida canalizaron el descontento a partir de 1992 y lo
transformó en una acción política, que evitó que el dolor de la exclusión
tuviera consecuencias funestas para la historia política venezolana.
No obstante, en la figura de
Chávez existe desde el punto de vista histórico y étnico un gran problema para
las élites dominantes. Chávez es un “zambo”, surgido de descendiente
afrovenezolano e indígena, los dos sectores sociales tradicionalmente
subordinados y sometidos. El surgir de Chávez es el surgir de los sectores
dominados e invisibilizados y por ello, la reacción de la derecha fue
inclemente hasta el día de hoy.
Chávez fue un hombre consciente
de su propia historia (la de la dominación y el ocultamiento de su condición
étnica) y de la necesidad de reivindicar a través de él, a miles y millones de
venezolanos que nunca tuvieron voz, ni existieron para el Estado Dominante, más
allá de ser sujetos manipulables en las elecciones. Por eso Chávez transforma
el sentido de la política en el país. Convierte la política no en un
instrumento de dominación, sino en un frente de liberación. Mandar-obedeciendo
se contrapone a la lógica de mandar-mandando. La primera significa que se
ejerce el poder no para el propio beneficio, sino como una acción colectiva de
co- responsabilidad entre quién otorga el mandato (poder constituyente) y quién
recibe ese mandato (poder constituido). La lógica de mandar-mandando
contraviene ese sentido. Mandar-mandando se traduce que el poder constituido se
impone sobre el poder constituyente. No hay delegación, no hay vínculo de construcción
colectiva.
Por eso Chávez fue objeto del odio fascista de la clase media en
Venezuela, que tradicionalmente negó su condición étnica y se dejo “seducir”
por la ilusión de armonía. La clase media, que fue beneficiada por las
políticas sociales durante mucho tiempo, que se le posibilitó su ascenso social
a través del uso de la renta petrolera, negaba sus orígenes humildes y se
asumió diferente al resto de los venezolanos. Cuando con Chávez dejó de ser
sujeto esencial de la política del estado, comenzó a desarrollar un “odio
fascista” hacia el “otro”, que asumió deshumanizado, iletrado, inculto, casi
salvaje. Las expresiones “hordas” “chavista ordinario”, fueron parte de la
simbología lingüística usualmente empleada para expresarse hacia los colectivos
que se movilizaron y generaron una infinidad de triunfos electorales al
Comandante-Presidente (17 victoria de 18 eventos electorales entre 1998-2013).
Para las elites dominantes, que
controlan los medios de comunicación, que bombardean con representaciones de
los social, lo cultural y lo político a los venezolanos, que “viven”
esclavizados de las Pantallas (Televisor, celular, computadoras), Chávez y la
Revolución Bolivariano son un “peligro” para su propia existencia. El
pensamiento discriminatorio, fascista, toma cuerpo en primer lugar en la clase
media, la cual percibe más de cerca lo que considera una terrible amenaza.
Encantada, mirando hacia la inalcanzable clase superior, le horroriza el
surgimiento de las clases inferiores de las que huye. Es la clase social y
económica que más profundamente cree en la necesidad de las diferencias
sociales. Sin argumentos profundos, pues no los hay, la necesaria
diferenciación social la apoya en argumentos racistas y académicos.
Este terror a la igualdad, de la
que huye despavorida, es un excelente caldo de cultivo para la única clase que
tiene razones para temerle: la gran burguesía o la oligarquía agraria. Todo el
poderío propagandista de la clase superior es volcado, desde una aparente
indiferencia, sobre la vulnerable clase media. El mensaje constante,
machaconamente repetido, está siempre referido a la exaltación de valores como
el éxito por la competencia, el esfuerzo propio y la superación personal, -tan
caro a este segmento de población- tanto como a la presentación del pueblo como
horda despreciable, culpable de su propia situación, flojo, pedigüeño,
irresponsable, sin méritos para acceder a lo que con tanto esfuerzo y
sacrificio obtuvieron ellos.
Por eso las máximas expresiones
del odio fascista del Siglo XXI se dieron en las cercanías de sectores de la
clase media, que ven como un peligro la existencia “diferente” del otro, que
recibe atención, educación, salud, que se convierte en sujeto de pleno derecho
y que es un ciudadano en potencia. El Fascismo del Siglo XXI debe tomar la
calle violentamente para evitar esa “ciudadanización” de la política. Debe
retrotraer la política a la vieja violencia inmovilizante de otrora y que la
participación sólo se restrinja a un momento electoral.
Un sujeto protagónico, capaz de
definir su propio rumbo a través de la herramienta del poder popular es una
amenaza para el status quo del pensamiento capitalista, pues es cada día más
consciente de la explotación a la cual es sometido constantemente y ante la
cual, el Estado a través de la democracia participativa y protagónica, le ha
dado más instrumentos y herramientas para la lucha en términos de clase.
Ante eso, el Fascismo propende a
tomar la calle, a ejercer la violencia en toda su expresión y se enmarca en una
estrategia de ocultamiento de su propia violencia. Hay un mimetismo de la
violencia. Ella no existe, es solo la concreción de un “deseo de libertad”, de
una expresión de “justicia”, es la concreción de “mi derecho político”, ante un
Gobierno “Tiránico”. Esta acción discursiva se conoce como asimilación
negativa. Es decir, los elementos negativos que yo mismo experimento, se los
endilgó al otro, transformando a la víctima en culpable protagonista. Es eso lo
que ha sucedido con los 8 compañeros muertos. Son “víctimas” de la propia
violencia de la Revolución Bolivariana. No son víctimas del Fascismo de
Capriles y sus estrategias comunicativas de terror.
El fascismo del Siglo XXI se
caracteriza por:
La utilización de los medios y de
la comunicación política para extender sus lineamientos y acciones.
El ocultamiento de sus
características ideológicas de “derecha”, evitando declararse abiertamente a
favor del capital.
La asimilación de banderas
políticas de la izquierda insurgente: derechos sociales, reivindicación de lo
popular-colectivo.
Acción coherente y violenta en
forma sistemática cuando así lo considera, para generar retrocesos en la acción
colectiva emancipadora.
Creación del “terror” a lo
popular, como una amenaza que agrede las formas de vidas y el status quo de los
sectores propietarios e históricamente dominantes.
Formación de matrices de
información manipulada y repetida hasta la saciedad, que se convierten en
justificación de la acción violenta mimetizándola como acción por la “libertad
y la justicia”.
El Fascismo del Siglo XXI tiene
la meta de penetrar y desmontar toda la estructura de apoyo social y popular
que levantó hasta ahora la Revolución Bolivariana, para ello el impacto de la
violencia, la contundencia de la misma, a través de una acción sistemática es
clave, para generar una inhibición del movimiento popular, que se debe someter
ante el “miedo” y con ello pasar de la acción a la inacción, que sólo permitirá
que la acción colectiva del fascismo se imponga. Advertir sobre esta estrategia
adelantada con apoyo de los medios de comunicación es vital para consolidar el
Proceso Revolucionario.
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